27 de febrero de 2012

J. L. Martínez Valero sobre Treinta poemas


J.L. Martínez Valero en enero de 2009, tras su lectura en el Museo R. Gaya

Querido Ángel:

Del niño que fui en Águilas recuerdo el pantalán de la pescadería, era un lugar para mirar el fondo, allí se arrojaban los desperdicios de los pescados. Entre ellos sobresalen en mi memoria las espadas que se arrancaban a los peces espadas, parecían los restos de un combate mítico, pues el agua aun movía aquellos despojos.
En una presentación que hice de tus primeros versos, te imaginé en la noche y en uno de aquellos pantalanes, ahora cambiaría la hora, estás a mediodía, sentado con los pies al aire mirando el mismo horizonte.
Tus versos, mantienen una regularidad, un equilibrio que semeja aquellas aguas trasparentes, casi inmóviles, ocupadas en reflejar nuestro implacable sol, sin embargo cuando me acerco al poema conducen a lo profundo, no se ve, no puede ser atrapado, pero se descubre en ese vaivén que el agua mantiene más abajo.
El libro tiene esa profundidad, que me reconcilia con el hecho de estar esperando algo, que no sabemos lo que es, pero necesitamos urgentemente, no para distanciarnos de esta realidad cansina que habitamos, cubierta de páginas y números, que conducen al tedio, que no tienen sombra de duda, que nada ocultan. Tu libro me remite al misterio que somos, al ser que aspiramos, a la verdad que yace en el secreto de los días.
No hay otra forma de ser que este conjunto de fragmentos que habla de lo que hemos sido. Poemas que el tiempo salva de estos tiempos.
Que los dioses del Molinete, del teatro, del anfiteatro y de Santa María te sean propicios.

Un fuerte abrazo
José Luis

26 de febrero de 2012

Treinta poemas, el librito perdido, en issuu



Treinta poemas formaba parte de un proyecto fallido, una colección de libros de pequeño formato (publicados por la editorial granadina Comares) que en su momento auspiciaron el profesor Francisco J. Flores Arroyuelo y el poeta y periodista (hoy también profesor universitario) Antonio Parra, director de Postdata; colección que iba a llevar como nombre precisamente el de la editorial granadina unido al de la revista murciana, Comares/Postdata. Pero por razones que no vienen al caso ahora sólo tres de los títulos inicialmente previstos llegaron a imprimirse, y uno de ellos fue esta pequeña antología de lo que yo había escrito hasta aquel momento, dado que tras los dos libros editados —que no escritos— en el espacio de apenas ocho meses (En las nubes del alba, 1990 y Si la ilusión persiste, 1991) sólo había publicado algunos poemas sueltos en revistas literarias de ámbito provincial y escaso eco exterior. Pero en esos cinco años había seguído escribiendo poemas y reuniéndolos en libros de los que más tarde, cuando dejaban de satisfacerme (ya fuera por convencimiento propio o por excesivo asentimiento a pareceres ajenos) iba separando los poemas que parecían funcionar mejor en el siguiente: así nacieron y murieron sucesivamente Bienvenida la noche, Con tanta claridad, El legado de Hamlet, La vida razonable y La justicia del tiempo, que dejaron en el camino un considerable número de poemas, bien porque ya no parecían tener sentido dentro del nuevo conjunto o bien porque me parecía mejor reservarlos para algún posible libro posterior.
Podría decir, sin temor a exagerar, que ese excesivo asentimiento o conformidad con las opiniones de otros fue durante años una dolorosa constante en mi evolución como escritor de poesía; como peculiar el tipo de desempeño crítico que pedía de aquellos a quienes enseñaba lo que iba escribiendo. Atendiendo a mis recuerdos y a los manuscritos anotados que conservo, podría distinguir dos tipos diferentes: de una parte, quienes tenían arraigada en su mente una determinada idea del poeta que yo era o debía ser (idea que yo sospechaba ya entonces que en absoluto se correspondía conmigo, y el paso de los años no ha hecho sino reafirmarme en esa convicción) por lo que miraban cuanto les mostraba desde el convencimiento de que distaba mucho de ese estado 'ideal', y llenaban el manuscrito de tachaduras y comentarios, muchas veces razonables y otras no tanto, incluso —en ocasiones— de inusitada dureza y displicencia, rozando lo ofensivo. Sin perjuicio de su indudable buena intención, el comportamiento de alguno llegó en algún momento a parecerse más al de un agente preocupado por los intereses de una supuesta 'carrera literaria' (que, por seductora que pudiera resultar, yo no estaba seguro de que quisiera o pudiera tener) que al de un amigo...
Los segundos, en cambio, parecían mirar desde el convencimiento de que ya era (o estaba en el camino de ser, y disponía de las herramientas necesarias para ello) el escritor que era o debía ser, ni mejor ni peor, ni necesariamente el que a ellos les gustaría. Sus análisis, por tanto, huían deliberadamente de enmiendas, tachaduras y/o cualquier tipo de anotación en los márgenes de posibilidades alternativas a este o aquel verso, limitándose a señalar con una marca apenas visible —un punto con lápiz o rotulador, junto al título o en alguna de las esquinas superiores del folio— aquellos poemas que les parecían mejores o más les habían gustado o emocionado.
Por razones de cercanía vital y afectiva, sin embargo, el peso mayor en mis decisiones lo tuvieron los primeros, y en el caso que nos ocupa ahora determinaron una serie de cambios importantes en el resultado final, desde el título —que cambió del inicialmente previsto Antología mínima al mucho más neutro de Treinta poemas— hasta el contenido mismo (1), pasando por la 'Nota del autor' que lo encabeza, cuya versión inicial —pergeñada entre julio y septiembre de 1996 y de la que se nutren estas líneas— terminé cambiando ya en las primeras galeradas por otra bien diferente —la que puede leerse ahora— redactada en lo fundamental por uno de los asesores a quienes antes me refería y mínimamente retocada después por mí, y cuya característica más llamativa es ese tono de impostada humildad —tan extraño a mi carácter— que se adivina detrás de algunas frases: «un libro de transición hacia nuevas tentativas», «dejaba ver las influencias de poetas que por entonces empezaba a descubrir», «quedaron inéditos —y debo decir que me alegro de que así fuera—», «recupero los que creo que más claramente apuntan a posibles caminos futuros», «'La justicia del tiempo' tiene un marcado carácter generacional»...
Ese tono casi inculpatorio y/o disculpatorio, como de pedir perdón por el atrevimiento de publicar aquella antología, tiene poco que ver con el meramente descriptivo del texto original, en el que tras hablar de ese modo de ir subsumiendo cada proyecto de libro en el siguiente que comenté arriba, terminaba con una breve referencia a los poemas que habían ido quedándose por el camino:

«Es de ese conjunto de poemas 'descolocados', por así decirlo, de los que principalmente se nutre esta selección, en la que también están representados los dos libros publicados a los que me referí, y en la que no cabe —por razones obvias— incluir ningún texto de un primer libro que aún no he tenido el valor de destruir [...], ni de otro posterior, del que ni siquiera he podido encontrar ninguna copia, y que no es —en mi recuerdo— más que una versión primitiva del segundo de los publicados (2). Sólo para comodidad del posible lector, y por mantener un cierto orden cronológico, he ordenado los poemas bajo los títulos de esos libros efímeros a los que originariamente pertenecieron, pero incluyendo las correcciones posteriores.»

Varios de esos poemas adscritos en la antología a los entonces aún inéditos Bienvenida la noche, El legado de Hamlet y La justicia del tiempo no llegaron a formar parte después de ningún libro o —por decirlo mejor—, los libros de los que varios de esos poemas formaban parte se publicaron años después (Bienvenida la noche y El legado de Hamlet en 2003, con alteraciones que desvirtuaban claramente los proyectos originales) o se quedaron por el camino por las razones ya comentadas y por otras tan equivocadas —creo ahora— como aquellas (estoy trabajando todo lo duro que puedo para solucionar eso)...
No quiero terminar sin hacer mención al pintor Pedro Serna, que tuvo la amabilidad de permitir la reproducción del hermoso dibujo suyo que figura como viñeta en la portada, y a Antonio Lucas, que hizo esta breve reseña


en La esfera, el entonces suplemento literario del diario El Mundo. El librito con todo no llegó a distribuirse, como ya he comentado: aparte de los de autor y de algunas decenas más que conseguí años después (gracias a los buenos oficios de Javier Marín Ceballos, todo hay que decirlo), la mayoría de los ejemplares se quedaron almacenados en sus cajas en alguna nave de algún polígono industrial granadino. Si desean leerlo, sólo tienen que hacer clic sobre la imagen de la cubierta que encabeza esta entrada.

NOTAS
(1) Antología mínima constaba de cuarenta poemas —seis de En las nubes del alba, siete de Si la ilusión persiste, once de Bienvenida la noche y dieciséis de El legado de Hamlet— incluyendo los poemas largos Reencuentro en modo menor y El legado de Hamlet, divididos en ocho y seis partes respectivamente, con lo que el total —contando esas secciones individualmente— sería de cincuenta y dos.  Al pasar a llamarse Treinta poemas quedaron fuera diecisiete de los cuarenta iniciales, y de los dos largos sólo incluí algunas partes (III y VII del primero y III, V y VI del segundo).
De esos diecisiete excluidos, seis se publicaron en 2003 formando parte de Bienvenida la noche (Amanecer de otoño, Imágenes amadas, El desnudo infeliz, Aquel sosegado lugar, Respuesta del oráculo y Certeza indeseada —integrado en Odisea, libro XXV—) y otros dos en 2004 (Un amigo del bar y Benet) integrados en el poema Officium defunctorum de Una canción extranjera.
Los otros nueve (Antes que el tiempo los cambiara, Dante anoche, Hablando del suicidio, Soneto falso, Poética para Germán, Tardío remordimiento, A un amigo distante, Brindis y Lección primera, más las secciones I, II, IV, V, VI y VIII de Reencuentro en modo menor) definitivamente no obtuvieron plaza en aquel peculiar concurso-oposición, por lo que podría decirse que siguen esperando una oportunidad de ver la luz, y desde luego estoy considerando seriamente la posibilidad de concedérsela.
(2) «otro posterior, del que ni siquiera [...]» Se trataba de Donde hubo un edificio, conjunto de cincuenta y tres poemas escritos en la primavera y el verano de 1988, parte de los cuales presenté (con ese título) a la convocatoria de ayudas a la creación literaria de la CARM de ese año, y que teóricamente (obtuve una) debería haber entregado para su publicación un año después, cosa que no llegué a hacer del todo: por razones similares a las descritas en esta entrada, sólo catorce de esos poemas estaban entre los veinticuatro que de hecho entregué y se publicaron (los diez restantes escritos —supongo, no conservo los originales— entre julio de 1988 y octubre de 1989) bajo el título de Si la ilusión persiste.

14 de febrero de 2012

Poemas que me han dedicado: Andrés García Cerdán





A lo largo del tiempo algunos (muy pocos) amigos han tenido la gentileza de dedicarme algún poema, y como ya dije creo que no es mala cosa darlos a conocer, haciendo de paso siquiera un mínimo elogio de los libros en que aparecieron. En esta ocasión traigo uno incluido en La cuarta persona del singular, tercer libro Andrés García Cerdán, con el que ganó el XVI Premio Internacional de Poesía Antonio Oliver Belmás. El poema —títulado como uno de los míos de En las nubes del alba— es éste:


ALMATOGRAFÍA

                                                           Para Ángel Paniagua.

NO utilices el nombre de Ezra Pound
en vano. No maldigas. No termines.
Aprende que tu vida es una flor.
Confórmate con todo lo que tienes.
Confórmate con lo que no has perdido.

Luego busca tu sombra de caballo
y llénala de cuerpos. Y no sueñes.
Sobre todo, no pongas en tus versos
la maldición del siglo que se acaba.
Sobre todo, no pongas la marea
ni el sucio asesinato de los nombres.
Aprende que tu vida es una flor.